25 febrero 2008

La Tragedia de Baena

La ciudad de Baena es otro feudo tradicional de la CNT, con una masa proletaria enormemente combativa. A pesar de ello -o precisamente por ello-, los derechistas, terratenientes y Guardia Civil se adhirieron inmediatamente a la sublevación. Como consecuencia, la ciudad viviría enseguida uno de los dramas más sangrientos y terroríficos de la guerra en Córdoba. Según una monografía escrita por el teniente Fernando Rivas, de la Guardia Civil, a pesar de evidentes errores en cifras y de la lógica tendenciosidad, puede confirmarse que la sublevación se venía preparando concienzudamente en Baena. Las desavenencias entre patronos y obreros venían siendo profundísimas en las últimas semanas. La intransigencia de los patronos de Baena era tal que el 10 de julio se puso en marcha desde el pueblo hacia Córdoba una impresionante caravana de 200 patronos, que se entrevistaron con el gobernador Rodriguez de León, expresándole sus protestas contra las Bases de Trabajo Rural, publicadas por la prensa el 6 de julio. Por su parte, los obreros y campesinos tenían covocada huelga para el 20 de julio.
La conspiración había sido muy activa en Baena. El teniente de la Guardia Civil Pascual Sánchez Ramírez había iniciado previamente una campaña para dotar de armamento a los propietarios, con la ayuda del secretario del Círculo de Labradores, Manuel Cubillo (reténgase este dato para valorar luego la tragedia ocurrida en el asilo de San Francisco). Y se determinó, entre otras medidas, nombrar guardias jurados a destacados falangistas. Hoy llama la atención saber que el Círculo de Labradores, a indicación del teniente, había efectuado la compra de 4.000 cartuchos de rifle, y que dos guardias (Nicolás Fernández y Pío Zarco), actuando ilegalmente, habían ocultado en el cuartel diez cajas de cartuchos de mosquetón, falsificando para ello unos documentos. Las maquinaciones previsoras del teniente Pascual Sánchez, por tanto, no se habían concedido ninguna tregua.
A mediodía del 18 el teniente organizó ya varias patrullas, compuestas por guardias y personas de derechas, que recorrieron la ciudad hasta la madrugada siguiente, sin ningún incidente.
El testimonio de Gómez Tienda aporta aspectos interesantes sobre el transcurso de aquel 18 de julio en Baena:
«El 18 de julio, sobre las cuatro de la tarde, el teniente Pascual Sánchez Ramírez se lanza a la calle con los falangistas y la burguesía, que se sumaron a la sublevación, presentándose en el Ayuntamiento y la Telefónica, muy cerca del cuartel de la guardia civil entonces. El teniente envió unos oficios a todos los concejales, incluso al alcalde Antonio de los Ríos, para que se pusieran al habla con él, cosa que ninguno hizo. Aquella noche que estaban citados, cada uno, por donde pudo, huyeron de Baena. Las patrullas solamente vigilaban las calles más céntricas del pueblo y algún barrio donde sabían que vivía algún dirigente. A un directivo de la
CNT, que venía del campo después de varios días, lo cogieron preso y fue víctima el día que entraron los moros. Apresaron también a un hermano, a una hermana y al cuñado de Joaquín "El Transío", simplemente por ser su familia.
Hasta bien entrada la noche de aquel día no quiso el teniente apoderarse de la Casa del Pueblo, con la intención de coger en ella a los dirigentes que pudiera. A eso de las diez de la noche envió allá a dos parejas de guardias civiles. El Centro estaba en la calle del Beato Domingo Henares, a unos cien metros del cuartel. Una pareja penetró en el Local y la otra permaneció en la puerta. Echaron a los obreros que había a la calle y la pareja que había fuera les daba bofetadas o puntapiés. Se quedaron con cinco detenidos y rompieron los cuadros, se apoderaron del libro de afiliados y clausuraron el local.
Los trabajadores que salieron del Centro, aunque no eran muchos, porque la mayoría se encontraban en el campo en la recolección, en lugar de marcharse a sus casas, se salieron al campo y comenzaron a formar piquetes de tres o más, acordando ir a todos los cortijos y avisar a todos de lo que ocurría en el pueblo. Los que se encontraban en los cortijos, cuando llegaban los piquetes a avisarles, muchos creían que se trataba de una huelga más. El que más y el que menos llevaban una o dos semanas sin venir al pueblo, según las costumbres de entonces»
El domingo 19 por la mañana el teniente Pascual Sánchez publicó el bando de guerra y se incautó del Ayuntamiento, constituyéndose en comandante militar de la plaza. Pero en esos mismos momentos, una gran masa de segadores y obreros habían abandonado los campos de Baena y, armados rudimentariamente con hachas, hoces, palos y alguna escopeta, caminaban en dirección al pueblo.
Los campesinos secundaron el mismo 19 de julio la consigna de huelga general, a la vez que tomaban las armas de que disponían en contra de la sublevación militar-fascista, tan pronto como los emisarios fueron llegando a las diversas fincas y cortijos notificando lo que ocurría. El mecanismo seguido es ya conocido: huelga general, recogida de armas y marcha hacia el pueblo para reducir a los rebeldes. Después, la consabida constitución del Comité de Guerra y, en estos pueblos anarquistas, la declaración del comunismo libertario.
En la mañana del 19 de julio se llevó a cabo la concentración general de campesinos desde todos los caseríos del término. Los que se hallaban en el pueblo la noche del 18, también se retiraron al campo. Una concentración importante de ellos se formó en el cortijo «Las Beatas». Otra masa de campesinos comenzó a avanzar sobre Baena por el cerro del Coscujo, en la carretera de Cañete. Era el mediodía del domingo, cuando el camionero falangista Manuel Rojano, «El Conde», dio conocimiento al teniente Pascual Sánchez de estas concentraciones y movimiento de campesinos hacia Baena. De inmediato se puso en marcha una descubierta contra ellos en el mismo camión de «El Conde» y dos vehículos más, con guardias y derechistas al mando del teniente. Llegaron hasta el cortijo «La Cambronada» por la carretera de Cañete y en un altozano llamado cerro del Coscujo la pequeña columna facciosa dio vista a una gran masa de jornaleros. Se produjo un tiroteo mutuo, a consecuencia del cual resultó salpicado de una perdigonada el propio teniente Sánchez Ramírez y alguno más. Se producía esta escaramuza en las primeras horas de la tarde, a unos cuatro kilómetros de Baena.
La fuerza decidió regresar al cuartel, pero aún hubo de salir otra patrulla de guardias y falangistas, al mando del cabo Ferrero, hacia el cortijo «Las Beatas», por la carretera de Castro, para dispersar otra multitud amenazadora. Lograron su objetivo y en el cuartel reinaba el día 19 cierto clima de seguridad y optimismo. Nadie podía pensar que al día siguiente estarían ya sitiados, después de caer todos los barrios bajos en poder de la masa obrera. Hoy día sorprende la rapidez con que se concentraron y organizaron aquellos campesinos de todo el término de Baena, dejando parados todos los tajos de siega y recolección a la voz mágica de la lucha antifascista y la revolución. Dejemos la evocación de los hechos a uno de los protagonistas, Antonio Gómez Tienda:«Comenzaron a registrar todos los cortijos y casas de campo, grandes o pequeñas, apoderándose de todas las armas que lograban encontrar, en su mayoría escopetas de caza que los propietarios tenían en los cortijos.
Se reunieron unas 45 ó 50 escopetas. No había armas para todos, ni mucho menos. Los demás jornaleros, hasta un total de 200, se proveyeron de hoces atadas a un palo, horcas de hierro, palos, etc. Todos ardían en deseos de lucha, para defender de la tiranía fascista al pueblo donde nacieron y en el que tan esclavos se encontraban. Y así fue como se organizaron los obreros de Baena, dispuestos a enfrentarse con un enemigo que era dueño del pueblo y muy superior en armamento.
Acordaron la forma de tomar el pueblo con la siguiente táctica: como los rebeldes eran dueños absolutos del pueblo y desde las alturas dominaban todas las entradas, de haber atacado los obreros de día, hubieran sido víctimas de momento. Por ello, decidieron entrar en Baena de noche. Nombraron un Comité de Defensa, en su mayoría de la
CNT, además de algún socialista. Establecieron su sede en el Asilo de San Francisco.
Los obreros se pusieron en marcha a la caída de la tarde del 19 de julio, dando tiempo a que llegara la noche. Pero a la altura del caserío del "Coscujo", una finca de olivar, a unos 4 kms. del pueblo, les salieron al encuentro varios coches de guardias civiles y falangistas, al mando del teniente.
Este parecía ya enterado de las intenciones de los jornaleros. Los obreros se parapetaron en los troncos de los olivos, todos dispuestos a la lucha. Entonces el teniente, sorprendido por aquella multitud de gente dispuesta a ofrecer batalla, decidió dar marcha atrás y hacerse fuerte en el casco urbano. Los jornaleros continuaron en dirección a Baena. A eso de las diez de la noche comenzó el asalto, casa por casa, barrio por barrio, que al ser obreros se adhirieron enseguida a sus compañeros. Si hubieran tenido más armas, la lucha no se hubiera prolongado tantos días (...).A pesar de las rápidas gestiones de mi hermano José Joaquín, que se trasladó a Castro del Río en busca de armamento, la realidad es que no teníamos apenas armas. De ahí que nos lanzáramos a tomar casa por casa, tabique por tabique, a golpe de pico y pala. Con todo, tuvimos la suerte de contar con la ayuda de un muchacho, José Cabezas, que había servido en la pirotecnica y tenía nociones de cómo se preparaban los artefactos. También nos ayudó en este sentido un calderero, llamado Bailén.»
Atacaron el pueblo aprovechando la noche del 19 al 20 de julio, casa por casa, deteniendo a personas de la burguesía y llevándolas, por orden del Comité, al Asilo de San Francisco, habilitado como «cuartel general». El Comité del
Frente Popular (llamado también, de Defensa, de Guerra o Revolucionario) lo integraron cenetistas en su mayoría, con representación de algún socialista:
- Joaquín Hornero Muñoz, presidente,- José Joaquín Gómez Tienda («El Transío»), - Juan Misut Cañadilla,- Gregorio Lanza Real, - José Peña Cabezas, - Fernando Cubillo Rosa, - Fernando Luque Pérez, - Manuel Tarifa Ortega, - Manuel Soriano López, - Antonio Carpio Arriero, etc.
En el tiroteo de la noche, el brigada Ricardo Zafra y varios guardias y falangistas se dirigieron a la Plaza Vieja, donde vivía «El Transío» y sonaban disparos. El guardia Lorenzo Rivera recibió un tiro que lo dejó muerto, por lo cual la patrulla rebelde hubo de replegarse al cuartel. El avance de los campesinos era lento, pero eficaz, provistos de hachas y hoces la mayoría, los menos con escopetas. La táctica de avance era pasar de unas casas a otras abriendo orificios en los tabiques. Desde el día 20 ya eran dueños de los barrios bajos y de algunas calles del centro, típicamente burguesas, como las calles Mesones, Llana, etcétera.
También el día 20 el asedio a los rebeldes era un hecho. Estos sumaban un centenar, entre guardias, falangistas, los principales propietarios y tres militares retirados que se unieron inmediatamente: el comandante Rafael de las Morenas Alcalá (retirado por la
Ley Azaña), el capitán Fernando Cubero Lucena (también retirado) y el capitán de Asalto Adolfo de los Ríos Urbano (en excedencia). De la actitud ofensiva del día 19 pasaron a la defensiva, situándose en una docena de puntos estratégicos de la ciudad. El núcleo defensivo principal se estableció en la plaza del Ayuntamiento, utilizando este edificio, el cuartel y la Telefónica. Otros puntos de defensa eran: el hospital de Jesús Nazareno (en el que se produjo una lucha encarnizada), el convento de la Madre de Dios, el castillo y una serie de domicilios de la gran burguesía.
Por su parte, la masa frentepopulista y de la CNT, con su puesto de mando en el Asilo de San Francisco, habían cortado las comunicaciones telefónicas, el abastecimiento de agua, el fluido eléctrico, además de ocupar los molinos harineros y la mayoría de las panaderías, con lo cual la subsistencia del centenar de sublevados resultó cada vez más angustiosa. El mismo día 20 llegó hasta los sitiados, no obstante, un automóvil procedente de Córdoba, con un auxilio de cuatro guardias, municiones y bombas de mano. Lograron burlar el cerco, que era total, porque dos guardias muertos tuvieron que ser enterrados en las cuadras del cuartel, resultando ya imposible llegar hasta el cementerio. Aquellos primeros momentos nos los relata así una señora de la burguesía, detenida el día 20:
«Abrían los campesinos las puertas con hachas y sacaban fuera a la gente. Ataban a los hombres diciendo: "¡Todos a la calle!". Luego empezaron a romper tabiques para pasar a la casa siguiente.Nos llevaron al Asilo de San Francisco. Les preguntábamos por qué detenían a mi hermano, de 16 años, y nos respondían que estaba ocupando el puesto de mi padre, que se encontraba en el cuartel.De armas apenas tenían nada. Yo recuerdo que nos llevaban por la calle con hachas y palos. Y en el Asilo de San Francisco estaban haciendo las bombas con latas de tomate. Pero escopetas, muy pocas.En San Francisco estaban como dirigentes "El Mota" (socialista) y "El Transío". Este era el que tomaba declaración a los detenidos. Recuerdo que me produjo gran impresión que nos tomaban declaración en mangas de camiseta, cosa para mí insólita en los miembros de un Tribunal. Nos repetían mucho esto: "Si ustedes no querían guerra, por qué no han sacado una sábana blanca?".A nosotras nos dejaron luego en libertad, pero se quedaron con mi hermano y, en general, con todos los que tenían algún familiar en el cuartel. De cualquier forma, a nadie trataban con violencia. Recuerdo otra anécdota que da una idea hasta qué punto las cosas cambiaron aquellos días, y es que a una señora, acostumbrada a mucho servicio de criados, los anarquistas le dijeron que se marchara y que podía venir a traer la comida a sus familiares detenidos. Y la señora contestó con mucho apuro: "¡Ay! ¿y sin muchacha?". Y "El Transío" le contestó: "¡Oiga, que nuestras mujeres nos han estado llevando muchos años la comida a las cárceles, y usted no es más que nuestras mujeres!"».
La lucha y avance de los anarcosindicalistas y obreros en general era simultánea con la declaración del comunismo libertario, supresión del dinero, incautación de alhajas y víveres y creación de un centro común de abastecimiento, adonde se debían buscar las provisiones por medio de vales firmados por el Comité, no sólo las familias obreras, sino también las burguesas que habían quedado fuera del dominio rebelde. Volvemos al testimonio de Gómez Tienda, con relación a la nueva organización de la sociedad libertaria y las primeras violencias callejeras:
«A1 tomar las casas de la burguesía, unos huían hacia el cuartel, otros se quedaban y eran llevados al Asilo de San Francisco. Las casas que estaban cerradas, eran abiertas a hachazos y registradas, con el objeto de encontrar armas, ya que el dinero y la comida era lo que menos importaba. Aquellos días, el abastecimiento procedía de la incautación de todas las tiendas que caían en su poder. Se nombró un Comité de Abastos, que suministraba por medio de vales, de acuerdo con las necesidades familiares de cada vecino. Los hortelanos estaban obligados a traer todos los días las verduras que solían antes llevar al mercado y las entregaban para su reparto. El agua y la luz que abastecían al pueblo fueron cortadas (...)En cuanto a los detenidos derechistas, el Comité no cesaba de ordenar el respeto a las personas y que todo detenido fuera entregado sin daño en el Asilo. Jamás el Comité ordenó el más mínimo atropello, sino que las muertes se debieron a iniciativas particulares. Un caso, totalmente verídico, fue el de un famoso usurero conocido como "El Chaleco Morado" que había prestado dinero a otro llamado "El Trampa". Este lo detuvo y, cuando lo llevaba al Asilo, lo mató, lo arrojó a un montón de estiércol y le prendió fuego. Después de la guerra fue detenido, pero puesto en libertad, porque tenía un hermano capitán con Franco, y aquella muerte la pagó un tal Joaquín Gieb, que murió diciendo que era inocente de aquella muerte.También mataron en plena calle a un tal Tarifa, que vivía en la plaza de Francisco Valverde, que se había unido a los rebeldes. Quiso huir en dirección al campo, pero fue alcanzado y muerto a pinchazos de horcas de hierro y hoces. Mataron también a Rafael Alcalá, uno de los grandes burgueses del pueblo, que no se quiso ir al Paseo, a pesar de que allí estaba su sobrino Rafael de las Morenas, comandante de Caballería retirado por la Ley de Azaña. Un obrero que había sido despedido unos meses antes por el señor Alcalá, se presentó en su casa, lo mató y lo tiró a la calle por el balcón. Después de la guerra lo fusilaron por esto. Es decir, que las muertes que hubo lo fueron por cuestiones personales (...)Los obreros, con la ayuda de unos dinamiteros de Linares, se apoderaron de muchos puntos estratégicos: el Palacio, el Hospital, la Iglesia mayor, el Convento de la Madre de Dios,... Los rebeldes conservaban ya únicamente el cuartel, la Telefónica y el Ayuntamiento. No tenían agua ni qué comer, llenos de pánico en medio de una lluvia de petardos de dinamita.»
En efecto, los éxitos combativos iniciales de la masa obrera fueron considerables, sin más ayuda forastera que la citada de un pequeño grupo de mineros de Linares, no pudiendo contar con el auxilio de los castreños, vecinos y correligionarios. El 23 de julio los obreros atacaron el puesto defensivo de la iglesia de Santa María la Mayor y el convento Madre de Dios, incendiando parte de la primera y desalojando a los guardias de ambos edificios contiguos. Aunque llegaron refuerzos con el propio teniente al frente y dispersaron a los revolucionarios con aparatoso fuego de bombas de mano, se hizo la retirada definitiva de las posiciones citadas y se reforzó el hospital de Jesús Nazareno. Es preciso hacer referencia al episodio de los rehenes. En poder del teniente Sánchez Ramírez había desde el primer día media docena de rehenes izquierdistas, a los que tuvo varios días a pleno sol amarrados en la azotea del cuartel, hasta que el 28 de julio les reservó el trágico final que veremos. Se contaban entre estos infortunados: el primer teniente de alcalde, Antonio Ruiz Lopera (comunista); uno llamado Cortés, otro apodado «Gazpacho»; la hermana del «Transío», Isabel Gómez Tienda, a punto de dar a luz, y su marido, José Arrabal Damián (estos dos fueron los únicos supervivientes), además del menor de los «Transío», Francisco Gómez Tienda. En el transcurso de la lucha, el teniente envió a José Arrabal como emisario a San Francisco, con un pliego de condiciones de rendición. Una vez allí, tanto el Comité como la multitud impidieron al emisario regresar al cuartel, y se sumó a la lucha obrera. El día 24 se vieron obligados los sitiados a realizar una arriesgada operación de suministro en territorio enemigo y lograron volver con pan y barriles de agua. Por las calles pudieron observar algunos cadáveres, entre ellos el del párroco, don Bartolomé Carrillo, que había sido abatido en el tiroteo y quemado con alcohol de una farmacia. El asedio se estrechaba en los días siguientes y toda la preocupación de los sitiados era la de proveerse de pan y agua. La posición del hospital era atacada insistentemente mediante lanzamiento de bombas rudimentarias y dinamita, para lo cual contaban los obreros con la citada ayuda de algunos mineros de Linares. El día 25 se apoderaron de otro fortín rebelde: el edificio de la Subbrigada Sanitaria, una auténtica avanzadilla en dirección al Asilo de San Francisco. Sus defensores tuvieron que rendirse, excepto uno, Cristóbal, «El del Bacalao» (que antes había sido de la FAI y por ello le llamaban Fai-falangista»). El día 26 los dirigentes revolucionarios enviaron una propuesta de rendición al teniente en los siguientes términos: «Bajen con las armas y deposíntelas en el Llanetillo Henares. Después sigan por la calle del Caldero». Al día siguiente fueron enviadas al cuartel varias mujeres de las rehenes de San Francisco (Carmen Guiote, Anita González, etc.) para proponer al teniente un «canje de prisioneros», con objeto de conseguir la liberación de los cinco que tenían expuestos al sol en la azotea del cuartel. El teniente recibió a las emisarias de forma colérica. Y estuvo a punto de matar a un propietario que preguntó a una de ellas por sus familiares presos en el Asilo. Y más aún: las emisarias fueron tiroteadas por el propio teniente, por lo que hubieron de huir. Por estos y otros hechos, incluida la represión que posteriormente se relatará, la figura del teniente Pascual Sánchez Ramírez se convirtió en siniestra y controvertida entre la misma burguesía de Baena. Este teniente había pasado al Cuerpo de la
Guardia Civil en 1934 y procedía del Tercio, de la 48 Bandera de la Legión. En las primeras horas del día 28 las milicias frentepopulistas lograron prender fuego al hospital de Jesús Nazareno, haciéndolo objeto al mismo tiempo de un gran tiroteo, por lo cual tuvo que ser abandonado por sus defensores. Con la pérdida de esta posición, situada en la parte más alta de la ciudad, quedaban seriamente desprotegidas las posiciones del cuartel y la Telefónica. Los sublevados consideraban el día 28 que en el próximo ataque de las fuerzas obreras no habría salvación posible. Parece que en la mañana del día 28 llegó otro pequeño grupo de mineros de Linares. Estos, desde el castillo, comenzaron a lanzar petardos sobre el cuartel, utilizando hondas para el lanzamiento. Pero en el momento en que se preparaba el asalto definitivo al cuartel y se tomaban las últimas posiciones, un raro destino vino a cambiar el rumbo de los acontecimientos. Tal vez la razón última de aquel cambio de rumbo fuera, curiosamente, una mujer: la esposa del ex diputado de la CEDA y teniente coronel retirado Laureano Fernández Martos, la cual se encontraba en aquellas fechas de vacaciones en Baena. Pensando en su rescate debió organizarse en Córdoba la columna del coronel Sáenz de Buruaga, a la cabeza de la cual venía también el ex diputado Fernández Martos. La columna salió de Córdoba al amanecer, mandada por Buruaga y compuesta por: Infantería del Regimiento de Lepanto de Granada, Guardia de Asalto de Córdoba y Huelva, Guardia Civil, dos Baterías de Artillería, Ametralladoras, y lo que era más importante, dos secciones de la Legión y una compañía y un escuadrón de Regulares en vanguardia. Atravesaron Fernán Núñez, Montemayor y Montilla. Al pasar por Nueva Carteya, sobre el mediodía, atacaron este pueblo, que se hallaba bajo dominio gubernamental. Hubo tiroteo y fusilamientos, que ya hemos señalado, y la columna continuó hacia Baena. A las cuatro de la tarde la columna desplegaba por las lomas al sur de este pueblo. Las fuerzas obreras intentaron la defensa, pero sin armamento eficaz (a diferencia de Castro del Río) y con un tiroteo disperso. El fuego de Artillería enemiga obligó a la retirada general hacia las posiciones del Asilo de San Francisco. Así, a las cinco de la tarde, aquella formidable columna facciosa atravesaba el arroyo Marbella e iniciaba la ocupación calle por calle. Entraron por «El Pilancón» o «Fuente de Baena», donde la vanguardia dio muerte a las primeras víctimas. Los legionarios, moros y guardias civiles (éstos al mando del teniente Roldán Ecija) avanzaron haciendo prisionero a todo vecino que se encontraban, concentrándolos en la plaza del Ayuntamiento. Enseguida, en la calurosa tarde de julio, las tropas llegaban al cuartel y quedaban a salvo el teniente Pascual Sánchez y los suyos.«Entraron pegando tiros y matando gente -testifica Antonio Gómez Tienda-. E iban dando voces de: "¡Paz! ¡tranquilidad! ¡todos los hombres, que suban al paseo!"". Y muchos cayeron en la trampa; otros no, afortunadamente. Desde la ventana de casa de mis suegros en la calle de los Frailes pude reconocer, entre los que venían con la columna Buruaga, a un tal Amador de los Ríos, ex jefe de policía municipal, que cumplia condena por haber matado en Baena a un joven al salir del circo, porque estaba orinando en la calle. Este presidiario fue liberado para integrarse en la columna. Aquel día, mi hermano Joaquín no estaba en Baena. Se había trasladado a Castro del Río en busca de armamento.»Aquella tarde del 28 de julio, en la plaza del Ayuntamiento o Paseo de Baena, se desencadenó una tragedia de represalias contra la población obrera, con verdaderos caracteres de genocidio y masacre, quizá el acontecimiento más cruel de la guerra civil en la provincia de Córdoba. El actor principal de aquel drama fue el teniente de la Guardia Civil Pascual Sánchez Ramírez, sometido a un asedio de ocho días en el cuartel, de donde salió en un arrebato de enajenación vengativa incontenible. Le ayudó algún compañero más de Cuerpo y varios recién llegados en la columna de Buruaga, sobre todo un teniente de Asalto. Por su parte, el coronel Sáenz de Buruaga dejó hacer complacido, mientras tomaba un refrigerio en el Casino; y el ex diputado Fernández Martos se fue en busca de su esposa. ¿Por qué no ordenó Buruaga la liberación inmediata de los presos de derechas en el Asilo de San Francisco? Si ya resultaba arriesgado posponer este objetivo para el día siguiente, lo era mucho más entregarse de manera indiscriminada a la matanza de personas de izquierdas, estimulando con ello las represalias con los detenidos de derechas, como así ocurriría, en efecto. Las torpezas de la columna Buruaga, qué duda cabe, ocasionaron un alto precio de sangre en el propio sector de la burguesía de Baena, como se verá. La matanza del Paseo tuvo su primer acto en el fusilamiento de los rehenes de izquierdas que el teniente mantenía desde el día 19 en la azotea del cuartel. Eran unos cinco, y sus cuerpos fueron arrojados a la calle. Contamos con el testimonio de Pablo Arrabal, hijo de una superviviente, Isabel Gómez Tienda, hermana de los «Transío»:«A mi madre la tenían como rehén en el cuartel después de haberla canjeado por mi padre, y e128 de julio, cuando entraron las fuerzas invasoras, la tenían en la terraza de dicho cuartel de la Guardia Civil con los demás rehenes, entre ellos su hermano Francisco, y delante de ella los fusilaron a todos; y entonces, aún con guasa, le dijo el teniente: "¿qué le parece?" Mi madre, que estaba a punto de dar a luz, se puso muy mala, y por este motivo la pasaron al Ayuntamiento, que está cerca. Durante la noche, estando entre otros muchos detenidos, viendo un guardia en el estado en que estaba, le recomendó que se fuera al Hospital, pero mi madre le rogó que la dejara irse a su casa, a lo que accedió el guardia. Me contaba mi madre que, cuando salió del Ayuntamiento, no veía más que muertos por todas partes. Salió a la calle Mesones, y también estaba llena de cadáveres. Era la madrugada, todo a oscuras porque la luz estaba cortada. Por fin llegó a la casa de mis abuelos y encontró a sus padres llorando con mucho desconsuelo. Mi madre creía que sus 8 hijos estaban todos muertos y hasta los tres días no supo que estábamos vivos. Al poco tiempo dio a luz un niño, que murió a los pocos días. Al mes y medio de aquello, mi madre fue rescatada del campo por un grupo de caballería mandado por su hermano José Joaquín Gómez Tienda "El Transío". Yo, el mayor, me había marchado con mi padre a Jaén, que era zona republicana».Después de fusilar a los rehenes, los guardias salieron del cuartel, al igual que el resto de los derechistas y falangistas de sus distintos puntos defensivos, abrazando todos a los libertadores de la columna Buruaga. Y, sin más dilaciones, comenzó la matanza. Desde todas partes traían hombres detenidos a la Plaza, milicianos o inofensivos vecinos, izquierdistas o apolíticos..., incluso gente que no era de izquierdas. Los detenidos, de cualquier edad y condición, eran colocados en el suelo, boca abajo, formando grandes hileras delante del Casino, el Ayuntamiento y el Cuartel. El propio teniente, con su pistola ametralladora (tenía fama de perfecta puntería) mataba a diestro y siniestro, incansablemente, ayudado de algún otro. Cuando terminaba una fila, comenzaba otra, y así sucesivamente, hasta que fue cayendo la tarde de aquel aciago 28 de julio. El ceremonial de la muerte era sobrecogedor. Mientras tanto, patrullas de militares y destacados señores y falangistas del pueblo recorrían las calles, enviando para arriba todo hombre que se encontraban, «porque les tenían que poner un brazalete y un sello». Entre los encargados de poner los sellos se encontraba el negociante de aceites José Baena.«Estaban todos aquellos campesinos tendidos en el suelo -comenta un testigo-. No cabía un garbanzo, tendidos delante del Casino de los señores, y sólo habían dejado una vereda entre los cuerpos para poder pasar. En el ambiente había un silencio sepulcral. Sólo se escuchaba de vez en cuando, al paso de algún señorito: "¡Don Fulano, sáqueme de aquí!". Y les respondían: "¿Ahora acudes a mí, granuja? ¡Ya recibirás tu merecido!".»Otro testigo (no es difícil encontrarlos en Baena) asegura:«Nada más llegar Buruaga a la Plaza, se fusiló una primera tanda de 80 personas, tendidos en el suelo, boca abajo, matados personalmente por el teniente Pascual Sánchez. Aquella misma tarde hubo varias tandas más, y otras el día 29, y alguna más el 30. Después, comenzaron a llevarlos al cementerio».Personas de la burguesía no han tenido inconveniente en reconocer lo siguiente:«De haber actuado con más prudencia y sin tanto afán sanguinario, los de izquierdas no hubieran matado a nadie».En el testimonio citado de Gómez Tienda, éste señala en sus memorias:«Cuando cesó el fuego de cañón y ametralladoras, empezaron a recoger obreros de casa en casa, con dirección al paseo, donde llegaron a concentrar una cantidad de obreros muy grande, llenando el Ayuntamiento, el Paseo, la calle que hay delante del cuartel. Todos los ponían boca abajo y unos sobre otros, mientras en todas las calles que dan al Paseo había guardias para impedir que nadie pudiera escapar. Entonces comenzó la mayor matanza de criaturas en toda la historia de Baena. Los primeros que mataron fueron los rehenes que habían cogido los primeros días en una terraza aneja al cuartel, y echaron sus cadáveres a la plaza. Después, el gran criminal del teniente Pascual Sánchez comenzó a matar a diestro y siniestro, de los que había boca abajo. Y las mujeres de los civiles y muchas señoras de la burguesía, asomadas a los balcones, daban gritos de que los mataran a todos. El teniente seguía matando «hasta que le saliera callo en el dedo de tanto disparar», según decía él. Acordaron entre todos comenzar a reconocer a los obreros tendidos en la plaza, a fin de dejar en libertad a los que fueran avalados por algún derechista. Entonces les ponían un pañuelo al brazo y le estampaban el sello de la guardia civil. El que no tenía quien lo avalara, aunque en los días anteriores no hubiera salido de su casa, quedaba allí tendido para ser fusilado. Los que salieron en libertad extendieron la voz de lo que ocurría en el Paseo y muchas mujeres que tenían allí prisioneros a sus maridos o hijos salieron como locas en busca de algún señorito que les proporcionara un aval. En la mayoría de los casos sus gestiones no surtieron efecto. Antes bien, eran maltratadas de palabra u obra por los señores. En algún caso en que consiguieron el aval, cuando se presentaron en el Paseo, ya era tarde. Muchos padres vieron fusilar a sus hijos, y muchas hijas vieron morir a sus padres, mientras la sangre corría por la calle como agua de lluvia.Se dio el caso de un muchacho de 14 años, simpatizante comunista, que lo cogió el teniente y le ordenó que dijera "viva el fascismo". Se lo repitió por tres veces, y el muchacho siempre contestaba "viva el comunismo". El teniente lo ametralló a bocajarro.Utilizaron también a un tonto del pueblo, llamado Roque, que aquellos días había andado por todas partes, a fin de que declarara a los que había visto con armas. Cuando señalaba a alguno, era fusilado de momento, aunque tuviera algún aval. Hasta que el tonto acusó a un guardia civil vestido de paisano, y entonces lo echaron a su casa.Un campesino llamado Francisco Baena se encaró con el teniente gritándole que a los hombres no se les mataba así, que le diera una pistola para defenderse. El teniente le contestó: «¡Eso es lo que tú quisieras! ¡Toma una pistola!». Y lo acribilló a balazos. Aquel hombre expiró repitiendo la palabra "asesino".Además, a los hombres encargados de recoger los cadáveres, los fusilaban en el cementerio igualmente al finalizar su trabajo, amontonándolos con los otros. Recuerdo uno, un tal Bergillo, que logró escapar en el último momento, saltando del cementerio a la carretera. Huyó por el cauce del arroyo y se presentó en Castro del Río.»Surge enseguida el problema de las cifras en Baena. Y, para abordar la cuestión con el mayor rigor posible, éstos son los datos en que puede ayudarnos el Registro Civil. Una primera relación responde al concepto de «hallado cadáver en una de las calles de esta población, víctima de los sucesos anárquicos desarrollados en los días 19 al 29 de julio anterior». En realidad, se refiere a fusilados los días 28 ó 29. Son los siguientes:- Fernando Quesada Tarifa, 13 años, - Francisco Melendo Pavón, 40, campo, - Joaquín Castro Pérez, 19, campo,- Joaquín Porcuna Herrador, 51, campo, - Antonio Ruiz Lopera, 40, industrial, - Francisco Cubillo Melendo, 36, campo, - Nicolás Cubillo Melendo, 29, campo, - Antonio Cubillo Melendo, 25, campo, - Esteban Jiménez, Ríos, 57, campo, - Francisco Serrano Gálvez, 50, campo, - Antonio Gómez Piernagorda, 23, campo, - Antonio Arrabal Alvarez, 24, campo, - Rafael Galisteo Lara, 36, albañil,- Rafael Pavón González, 30, campo, - Francisco Villarreal Alarcón, 35, campo, - Francisco Serrano Marín, 25, campo, - Joaquín Jurado Molina, 32, campo, - Francisco Cano Ramírez, 44, campo, - Antonio Jiménez Navarro, 28, campo, - José Aguilar Montes, 32, campo,- Félix Castro García, 16, campo, - Antonio Peña Barberán, 33, campo, - Lorenzo Recio Ruiz, 46, campo, - Teresa Palmero García, 51, sus labores, - Angela Ramos Rosales, 51, sus labores, - Miguel Rosales Cano, 22, campo,- Félix Toro Hidalgo, 60, campo,- Pedro Espinar García, 33, campo, - José Ocaña Mesa, 70, campo, - Ricardo Montes Martínez, 18, campo, - Antonio Navas Jurado, 23, campo, - Rafaela Amo Arrabal, 40, sus labores, - Francisco Vallejo Amo, 20, campo, - Dolores Morales Henares, 60, sus labores, - Ignacio Cabrera Gutiérrez, 40, campo, - Emilio Malagón Jiménez, 15, campo, - José Melendo Ramos, 35, campo, - Antonio Melendo Ramos, 28, campo, - Antonio Cantero León, 46, campo,- José Priego García, 31, industrial, - Andrés Galeote González, 20, campo, - Francisco Arrebola Utrera, 30, zapatero, - Antonio Serrano Espejo, 75, campo, - Manuel Moraga Ordóñez, 30, albañil, - Antonio Valverde Cruz, 23, -,- Luis Estévez Piernagorda, 22, campo, - Rafael Ordóñez Castro, 20, campo, - Domingo Jurado Jiménez, 22, campo, - José Priego Polo, 56, campo, - Antonio Chica Peña, 35, campo, - Carmen Contreras Amores, 51, sus labores, - José Pavón González, 40, campo,- José Luque Berral, 43, curtidor, - Antonio Luque Chávez, 18, curtidor, - José Delgado Repiso, 27, chófer, - José Lara Díaz, 43, campo,- José Amo Arrabal, 28, campo, - José Melendo Priego, 43, campo, - José Ortiz Roldán, 36, campo, - Rafael León Villarreal, 18, campo, - Dolores Cabezas Albendín, 55, sus labores, - Vicente Párraga Cabezas, 32, campo, - Rafael Párraga Cabezas, 32, campo, - Rafael Cabezas Ramírez, 42, campo, - Pablo Medianero Peña, 35, campo, - Jerónima Rascón Rodríguez, 70, sus labores, - Antonio Cubero Jiménez, 24, campo, - Fernando Peláez Arrebola, 37, industrial, - Clotilde Luque García, 18, sus labores, - Clemente Garrido Moreno, 50, albañil, - Clemente Garrido Cruz, 8 (hijo),- José Luque Galisteo, 19, campo, - José Valera Valverde, 32, campo, - Ramón Aguilar Ocaña, 64, zapatero, - Eduardo Gutiérrez Conde, 37, campo, - Manuel Ortiz Mendoza, 27, campo, - Antonio Portero Amo, 30, -,- José M.e Sildago Cáceres, 39, campo, - José Santano Arrebola, 30, industrial, - José Viúdez Lucena, 39, labrador, - Francisco Belmontes Delgado, 30, hojalatero, - Vicente Cruz Rodríguez, 35, industrial,- Antonio Rojas Chávez, 76, albañil, - Eugenio Bergillos Moreno, 40, campo, - Francisco Salamanca Cárdenas, 33, campo, - Francisco Sevillano Mármol, 28, comercio, - Antonio Torres Alcaide, 34, empleado, - Francisco Gómez Tienda, 29, zapatero, - José Castro Ortiz, 67, campo,- Juan Soler García, 28, campo, - Antonio Tarifa Ortega, 29, campo, - Manuel Solé García, 22, campo, - Francisco Moreno Ayala, 37, campo, - Antonio López Delgado, 25, campo, - Vicente Rojano Ramos, 35, campo, - José Cortés López, 45, empleado, - Vicente Jiménez Ayala, 34, albañil, - Elías García Lucena, 64, industrial, - Antonio Aguilar Ocaña, 40, campo, - Firidio Marcio Sáez Estecha, 36, oficial de Correos, - José Ordóñez Alarcón, -, -.
(Hasta aquí aparecen registrados en bloque, sin distinguir día 28 ó 29, con la particularidad de que se dieron de baja casi inmediatamentea a los hechos, entre los días 4-8 de agosto de 1936, lo cual no suele darse en ningún pueblo. Estas inscripciones se hicieron generalmente fuera de plazo, en los años de la posguerra. Y así ocurre con los nombres que se relacionan a continuación: registrados en los años 1940 a 1950, especificando ya la fecha del fusilamiento.)
28-julio-1936- Antonio T. Jurado Rosa, 30, campo, - Francisco Baena Párraga, 45, campo, - Antonio Alcarez Soriano, 27, campo, - Antonio Cano Sevillano, 36, -, - Francisco García Dios, -, campo, - Francisco Pavón Amores, 20, campo, - Antonio Morales Medianero, 33, -, - Rufino Cubero Aguayo, 55, campo, - Manuel Rodríguez Arese, -, campo, - Manuela Morales Medianero, 43, sus labores, - Antonio Manuel Cañete Pérez, 62, campo, - Pablo Rosales Alarcón, 20, campo,- Manuel Rosales Alarcón, 15, -, - Fernando Cubillo Vargas, 24, campo, - José Luque Navas, 43, campo,- Juan Pino del Valle,- María Soledad Cabezas Roldán.
29-julio-1936- Angel Martínez Cobo, 50, industrial, - Manuel Alarcón Tarifa, 32, campo, - Fernando Argudo Cruz, 47, campo, - José Priego Castillo, 19, campo, - José Romero León, 37, campo,- José Navarro Jabalquinto, -, campo, - José Rojas Cañadilla, 38, campo, - Antonio Tienda Hornero, 40, campo, - Miguel Castillo Maestre, 44, empleado, - Joaquín Piernagorda Chica, 62, campo,- Antonio Espartero Expósito, 27, zapatero, - Ramón Moya Expósito, -, -,- Antonio José León Bcávo, 39, campo, - Lázaro Cubero Medianero, 8,- Pío Sánchez Cañete, 58, -,- José Ramírez Melendo, 54, campo, - Francisco Güete Albañil, 26, campo, - Antonio Malpica Cruz, 29, campo, - Manuel Dios Pavón, 27, campo, - Antonio Galisto Lónez. -.
30-junio-1936- Angel Ocaña Tarifa, 42, empleado, - Gonzalo Gómez Piernagorda, 26, campo.
31-julio-1936- Andrés Ramírez Melendo, 41, -. Total inscritos (días 28-29) ..... 139El resto de la represión en 1936.- Antonio Chica Rosales, 39, campo, 4-8-36, - Joaquín Aragón Román, 52, campo, 4-8-36, - Julián Gálvez Porcuna, 44, propietario, 4-8-36, - José Gálvez Flores, 16 (hijo), 4-8-36,- Antonio Cruz Galisteo, -, campo, 4-8-36, - Isidoro Moya Santiago, 62, campo, 4-8-36, - Manuel Jiménez Sevillano, 49, campo, 5-8-36, - Juan R. Martos Gallardo, 44, -, 5-$-36, - Félix Cruz Galisteo, campo, 36, 6-8-36, - Basilio Montes Arrebola, 36, campo, 19-8-36, - Antonio Bazuelo Alarcón, -, campo, 19-8-36, - Miguel Galisteo Ariza, 28, campo, 26-8-36, - José López García, 40, -, 26-8-36,- Higinio García Arjona, 36, empleado, 27-8-36, - Eugenio Barba Moreno, 53, campo, 27-8-36, - Rafael Barba González, 25, campo, 27-8-36, - José M.a Serrano Pérez, 32, campo, 27-8-36, - Antonio Hornero Arias, 32, campo, 27-8-36, - José Albendín Pavón, 30, campo, 28-8-36, - José M.e Cañada Cardón, 38, arriero, 28-8-36, - Juan A. Mora Gómez, 25, campo, 28-8-36, - Antonio Valera Villarreal, 39, campo, 28-8-36, - José Pavón Alarcón, 40, campo, 29-8-36, - Domingo Tirado Horcas, 38, campo, 4-9-36, - Francisco Gómez Espinar, -, campo, 4-9-36, - Tomás Pescador Gómez, 47, campo, 4-9-36, - José Aguilera Pérez, 36, campo, 5-9-36,- José Gálvez Bujalance, 33, -, 7-9-36, - Francisco Rodríguez Cubillo, -, 7-9-36, - José Pimentel Ortiz, 38, -, 12-9-36, - Mariano Molina Moyano, 52, campo, 27-9-36, - José Castro Luna, 28, campo, 30-9-36,- José León Cruz, 67, campo, 3-10-36, - José Leva Ramírez, 44, campo, 4-10-36, - Antonio Aguilera Horcas, 43, campo, 4-10-36, - Francisco Molina Orduño, 45, jornalero, 5-10-36,- Francisco Peña Albendín, -, campo, 24-10-36, - Francisco Azuaga López, 48, campo, 2-12-36, - Francisco Morendo Tienda, 31, -, 13-12-36, - Rafael García Tallón, 62, campo, 17-12-36, - Francisco García Espartero, 78, campo, 24-1-37.
Hasta aquí lo que aporta el Registro Civil: 139 fusilados en los días 28 y 29, además de otros 44 en las semanas siguientes. Esta cifra es claramente inferior a la realidad. Vengo manteniendo la tesis de que en estas grandes matanzas de los primeros meses de la guerra, no más de un tercio de las víctimas se inscriben en el Registro. Y posiblemente nos quedamos cortos en los casos de Córdoba capital, Palma del Río, Puente Genil y Baena. La opinión pública de Baena habla de 2.000 fusilados, de 1.500, de 900..., pero nunca se baja de 700, con relación a lo ocurrido entre los días 28-30 de julio. Y así lo reconoce el teniente Rivas Gómez en su crónica citada. Pero este mismo teniente de la Guardia Civil concluye que, mientras las «filas defensoras tuvieron 103 víctimas en aquellos días, los de izquierdas sólo tuvieron 38 bajas por aplicación del bando de guerra al entrar la columna Buruaga. Escribe el teniente Rivas:
«La fuerza liberadora conducía hacia la plaza central a cualquiera que encontrara con un arma o por cualquier circunstancia despertara sospechas. Aquella misma tarde, en la propia plaza, fueron ejecutados los que se creían responsables principales, pues bastaba la más leve acusación por parte de un defensor para que se disparara contra el acusado».
La cifra de sus 38 fusilados dice apoyarla el teniente Rivas en el Registro Civil, «adonde ha ido a buscarla». Pero los datos arriba expuestos demuestran, para empezar, que el Registro Civil contradice esa afirmación. Sus conclusiones son de todo punto rechazables y en Baena nadie les daría crédito. Una treintena de fusilados es lo que ocurría en la ocupación de cualquier pueblo, sin necesidad de levantar el gran mito de la represión de Baena. Tampoco explicarían esa conclusión las duras crónicas del ABC de Sevilla de aquellas fechas:
«La columna, después de ser tiroteada fuertemente, consiguió entrar en el pueblo, con solamente cuatro heridos, y realizando una maniobra envolvente, pudiendo apresar a todos los individuos directivos, a los que en número bastante les fue aplicado un castigo ejemplar.Después se realizaron numerosos registros, encontrándose armas y municiones, habiéndose aplicado el rigor de la ley a sus poseedores. Es seguro que el pueblo de Baena no olvidará ni el cuadro de horror con tantos asesinatos allí cometidos, ni tampoco la actuación de la fuerza llegada al mismo... Al paso de la columna por Nueva Carteya, y como fuera hostilizada por algunos sujetos, estos asimismo sufrieron el peso de la ley».
No es cierto que la columna Buruaga realizara operación envolvente ni apresara a los directivos obreros, lográndolo apenas con los milicianos en lucha, la mayoría de los cuales se replegaron hacia el Asilo de San Francisco, y de allí, cruzando el arroyo Marbella, salieron para Castro del Río. Tampoco pudo la columna requisar gran cantidad de armas o municiones, que tanto escasearon entre la masa obrera. La mayoría de las víctimas de los días 28 y 29 eran gente de barrio o de izquierdas, detenidos al paso de los militares. El periódico cordobés Guión (órgano de AP) refería de esta forma la represión llevada a cabo en Baena por Buruaga:
«SE HACE JUSTICIA.Con las armas en la mano fueron detenidos en Baena bastantes individuos, autores de tanto asesinato como se había perpetrado, y en cumplimiento de las órdenes del mando militar, el castigo fue implacable y la justicia se cumplió. ¡Viva España!».La prensa republicana se hizo eco rápidamente de la cruel matanza de Baena. Venceremos habló de 1.200 fusilados, cuyos cuerpos, apilados en el cementerio, fueron quemados con gasolina, según información recogida por la columna de Alejandro Peris en su ataque a Baena el 5 de agosto.El Socialista publicó en aquellas fechas:
«En Baena (Córdoba), según el testimonio de Antonio Moreno Benavente... se incautaron de los ficheros de las organizaciones obreras y procedieron al fusilamiento de cuantos figuraban en ellas. Su terrible ensañamiento llegó al extremo, como en otros sitios, de hacerles cavar sus propias fosas... De los 375 miembros de dichos sindicatos iban fusilados, el 29 del pasado mes, 296. El 9 de agosto se obligó a que treinta obreros trabajasen forzadamente para fortificar el castillo del pueblo y, después de cuarenta y ocho horas de labor sin descanso, azuzados a latigazos y sin darles aliento, los precipitaron al foso. Tres de ellos, antes de sufrir este martirio, se habíán vuelto locos.»
Por otra parte, el historiador inglés Ronald Fraser, al referirse a Baena en su Historia oral de la guerra civil española, usa inexplicablemente como fuente el relato antes citado del teniente Rivas y yerra con él en el tema de las cifras de la represión. La cantidad de cadáveres fue tal el 28-29 de julio que algunos familiares de derechas que quisieron dar sepultura a sus víctimas, a duras penas lograron dar con sus cuerpos. Una señora de la burguesía testifica:«En Baena se ha dicho siempre que hubo 2.000 fusilados. Es cierto que la sangre corría desde la plaza del Ayuntamiento por la calle del Moral y por la Calzada. Y para hacerse una idea de los muertos, basta este dato. A mi hermano lo mataron los rojos en San Francisco y, como los amontonaron a todos juntos en el cementerio, mi padre tardó tres días en poderlo encontrar. En aquella labor de búsqueda intervino el médico Angel Ruiz, y lo tuvieron que relevar dos hombres que trabajaban en casa, Mariano y Rafael. Por fin dieron con él el 31 de julio y ese día lo enterramos».
Como una prueba más de que los datos del Registro Civil son muy incompletos, además de los variados testimonios contrastados, conviene aludir a referencias de familias, cuyas víctimas no aparecen en la anterior relación. Por ejemplo, nuestro informante Juan Misut cita el nombre de su padre, Francisco Misut Jiménez, fusilado el día 28 en la plaza, y no está inscrito. Tampoco, José Luna Mármol, de 13 años, según información de su primo Antonio Arroyo Luna. Este cita también los nombres de otras víctimas no inscritas, como las hermanas Dolores y Mercedes Jaro Moya, y otro muchacho de 12 años, de apellido Henares. En síntesis, a la hora de tomar como base una cifra sobre las víctimas de personas de izquierdas en Baena en 1936, ésta no debe situarse por debajo de los 700, que guarda la proporción con el Registro Civil que venimos manteniendo, y a pesar de que las cifras manejadas por la prensa de la época y por la opinión pública son todas superiores. Hemos preferido un término medio entre la valoración popular y los datos del Registro. Por último, antes de pasar a los trágicos sucesos en el Asilo de San Francisco, resulta esclarecedor el testimonio de un guardia de Carabineros que entró en Baena e1 28 de julio con la columna de
Buruaga:
«La columna estaba compuesta de guardias de Asalto de Huelva y Córdoba, Ejército, Tercio, Regulares y Falangistas.Las primeras casas del pueblo estaban vacías y se comunicaban interiormente por un boquete que en cada casa había hecho para retirarse sin salir a la calle. En una de ellas encontré una Radio bastante grande y un guardia de Asalto me dijo: llévatela; si no lo haces tú, lo hará otro. Tuve escrúpulos y allí la dejé. Continuamos por la calle y al llegar a una placeta, vi a un legionario que llevaba en sus hombros una escalera y me quedé para ver lo que quería hacer con la escalera, cuando vi que la apoyaba en una esquina y subió con un martillo y una escarpa y arrancó la placa que decía: Plaza de Galán y García Hernández. Subí calle arriba hasta llegar a la plaza donde se encontraba el cuartel de la Guardia Civil. En la plaza vi tendidos a muchos individuos en hileras y separadas cada una unos 20 cms. Un teniente de la Guardia Civil estaba inspeccionando a los tendidos en el suelo boca abajo. También había un guardia de Asalto de Córdoba que hacía lo mismo y que de pronto me pasó delante y con la pistola en la mano dio un golpe a una máquina de fotografiar que tenia un periodista y que se la echó rodando por el suelo, diciendo que estaba prohibido sacar fotos.Se oyó un disparo y fue el teniente de la guardia civil que disparó sobre la cabeza de uno de los tendidos. Apuntó a otro y volvió a disparar. El guardia de Asalto imitaba al teniente. El periodista me dijo que era el teniente de Baena y que había estado varios días sitiado en el cuartel y que se estaba vengando de los marxistas. Disimuladamente, mientras el teniente y aquel guardia de Asalto cometían sus crímenes, eché el pañuelo blanco a uno de los tendidos, diciéndole que se lo pusiera en el antebrazo izquierdo y se levantara. Lo hizo y le ordené marchar delante de mí y en dirección a su casa. Era un hombre que hacía unos seis días que no se había afeitado, de unos 50 años, iba vestido de trabajador del campo. Cuando entró en su casa, le pedí el pañuelo, a ver si podía salvar a otros.Al volver a la plaza, la mayor parte de los tendidos estaban sin vida y el teniente y el guardia de Asalto continuaban tirando sobre las cabezas. Estaban tan ocupados que no se daban cuenta de lo que pasaba a su alrededor, y en un momento dado el teniente y el guardia se tropezaron el uno con el otro. El teniente le dijo: "le prohibo que dispare un tiro más. Soy yo quien tiene que disparar". Y continuó con su obra. El guardia se fue a la parte izquierda y se quedó mirando al teniente y con mucha rabia sacó la pistola y de nuevo continuó imitando al teniente. Me di cuenta que muchos estaban cadáveres y que no podía hacer otra cosa que aproximarme a aquellos asesinos y, librar en sus narices a alguno de los vivos, con peligro de que me pegaran un tiro. Decidí alejarme a que me sirvieran algo que tomar. Me parecía estar durmiendo, en medio de una pesadilla. No podía comprender que existiera tanta maldad de matar por matar y que aquellas dos personas estuvieran disfrutando con ello. Entré en un bar. Estaba lleno de soldados, moros, falangistas... que tomaban bebidas. No pude tomar nada y me volví a la plaza. A medida que subía la calle, me daba cuenta que no era una pesadilla, que era verdad lo ocurrido, pues al lado del bordillo de la acera bajaba un líquido rojizo, agua con sangre mezclada. Al llegar a la plaza, vi dos montones de cadáveres, unos encima de otros, como si fueran sacos. En algunos lugares de la plaza echaban agua para lavar la sangre, pero en otros hacían estirar a los detenidos que iban llegando sobre la sangre de los anteriores fusilados, y continuaban disparando sus pistolas los individuos antes mencionados. De nuevo me bajé al bar. Allí un soldado me miró y me dijo que tenía algo para mí. Parecía estar muy contento. Le pregunté qué era, y sacando del bolsillo un puñado de cadenas, medallas, sortijas, pendientes y otras joyas, me dijo: para usted. ¡No hombre! -le dije-. No puedo permitir que te quedes sin nada. Además, no me gustan las joyas.».
En el testimonio de Martínez Imbern no se desvela la identidad de ese miembro de la guardia de Asalto que cita con insistencia. Sobre la presencia de este Cuerpo en la toma de Baena he hallado una referencia ilustrativa en Guión, órgano de la CEDA cordobesa, que califica de «brillante el comportamiento del teniente de Asalto Francisco Salas Vacas en la toma de Baena», y especifica que al comienzo de la operación había sido herido de perdigonada en el glúteo (zona poco noble para un guerrero), aunque de pronóstico leve. Con todo, el gran protagonista de la tarde trágica en la Plaza de Baena fue el teniente Pascual Sánchez, en lo que conviene hacer constar dos aspectos: primero, que contó con la aprobación de las autoridades militares, empezando por Sáenz de Buruaga y dando por supuestas la de Cascajo y Queipo de Llano. Segundo, la aprobación y la complacencia de la burguesía de Baena, allí presente, sin olvidar la concurrencia de ese típico sector social de clase baja, de un servilismo sin límites ante el patrono, que hemos visto y veremos a la sombra del franquismo desde 1936 y años siguientes. El pueblo de Baena recuerda estos personajes pintorescos, venales y sin escrúpulos: Manuel Rojano «El Conde»; Antonio Morales «Faroles»; José Rabadán «El Moraíto»; Cristóbal «El del Bacalao»; el policía municipal Amador de los Ríos; el guarda «Papafritas»; Pascualito «El Sacristán»; Cristóbal Pizarro, etcétera.Prueba de la aquiescencia oficial con relación a estas matanzas fue el homenaje que a mediados de septiembre tributaron los facciosos de Córdoba al teniente Sánchez Ramírez, a la sazón comandante militar de Baena, imponiéndole la Medalla Militar. La burguesía de Baena hizo venir al propio
Sáenz de Buruaga, quien impuso la medalla al teniente, ante una imagen de Jesús Nazareno y un altar levantado al efecto en la misma plaza en la que todavía no se habían borrado las huellas de sangre de centenares de fusilados. Se hallaba presente también el gobernanador Marín Alcázar y otras autoridades provinciales y locales. Después de la ceremonia desfilaron los falangistas de Baena, Guardia Civil y Guardia Cívica, además de los falangistas de pueblos vecinos (Luque, Doña Mencía, Priego, Lucena, Rute, Cabra y Córdoba capital). La segunda parte de la tragedia de Baena fueron los sucesos del Asilo de San Francisco. Según la información oficial del Regimiento de Artillería de Córdoba,
«el enemigo, en parte huye, y en parte se refugia en el Convento de San Francisco donde se hace fuerte con los detenidos de orden que había hecho en días anteriores. La Columna cerca el Convento de San Francisco y pernocta en Baena».
Todo parece exacto, menos la operación de cerco, que no se produjo, ya que el elemento obrero evacuó aquella noche el Asilo y salió cómodamente al campo por la huerta que da al arroyo. Según el testimonio de Antonio Gómez Tienda,
«en el Asilo continuó la resistencia hasta entrada la noche, mientras fuerzas rebeldes hostigaban desde las casas próximas. El silencio de aquellas horas trágicas sólo se rompía de vez en cuando por las detonaciones de los fusiles o las explosiones de los petardos. Cuando la causa se consideró perdida, los mineros de Linares y un grupo de combatientes huyeron por la parte de atrás del Asilo, que daba a una huerta».
El Asilo había sido el primer punto de refugio para el vecindario al entrar Buruaga.
«El día 28 de julio, al entrar los invasores -testifica Pablo Arrabal-, fui corriendo hasta casa de mis abuelos, cogí a mis siete hermanos y, con los dos más pequeños a la espalda y bajo el brazo, cogí la puerta Córdoba abajo y llegué a San Francisco entre las balas y los cañonazos y me encontré con la puerta del convento cerrada, y entonces nos metimos en la casa de Triguero. Cuando ya nos habíamos reunido un buen rüaado de gente, abrieron la puerta del convento y nos metimos todos. Allí encontramos a mi padre, a mi tío Joaquín "El Transío" y muchos más. El citado convento era un caos por los morterazos y los tiros que entraban por todos los huecos. Cada uno se refugiaba donde podía, porque no podíamos repeler aquella agresión, ya que sólo disponíamos de cuatro malas escopetas y garrotes. Sobre las 3 de la mañana nos salimos por una puerta trasera a un huerto del mismo convento, mi padre, mis hermanos y yo, y, cruzando el arroyo Los Frailes, nos pudimos evadir por el cerro de San Marcos. Hasta los tres días no tuvimos noticias de mi madre, pues la creíamos muerta, como ella también a nosotros.»
La táctica de resistencia que en un principio utilizaron los obreros fue colocar a los rehenes de derechas en las ventanas del Asilo amarrados, a fin de disuadir a los atacantes, en cuya vanguardia figuraban, no olvidemos, moros y legionarios. El resultado fue que estas tropas facciosas dispararon a malsalva y sin contemplaciones, causando la muerte de cierto número de detenidos de derechas, imposible de precisar. Esta tesis está avalada por testimonios de la propia burguesía de Baena, por el hecho de que al ser retirados algunos cadáveres de las ventanas, tenían impactos de bala recibidos de frente y no por la espalda, munición que, por otra parte, no poseía el sector obrero. En este sentido apuntaría también la incógnita de que, entre las víctimas, se hallaran también dos médicos de izquierdas, que prestaban allí sus servicios. Lo cierto es que, al ocupar el Asilo los facciosos al amanecer del día 29, a sus ojos apareción un horrible espectáculo: 81 cadáveres, unos destrozados a hachazos, otros acribillados en las ventanas.Entre las víctimas se encontraban: la esposa y tres hijos (de 7, 6 y 3 años) de Manuel Cubillo, presidente del Círculo de Labradores y uno de los principales dirigentes de la sublevación en Baena. La esposa estaba atada a una ventana y los hijos a su lado. Otra señora muerta (María Pérez) se hallaba en el Asilo para dar a luz. Según rehenes supervivientes, los líderes obreros dijeron a esta mujer que se fuera a su casa, pero ella prefirió estar mejor atendida con los médicos que había en el Asilo. Perecieron allí los hermanos Francisco y Dolores Valbuena Valenzuela, propietarios. Los hermanos Ramón y Diego de la Moneda, farmacéutico y abogado. Dos curas: Pablo Brull y Rafael Contreras. Una monja: sor Josefa González, incluidos ocho ancianos acogidos en el Asilo. En total, 11 propietarios, cuatro abogados, tres médicos, ocho mujeres, tres niños, siete estudiantes, etc. Entre éstos había muchachos, como Carlos Gieb, Sebastián de la Moneda y Mariano Frías (16 años), Juan Pérez, Luciano García y Fernando Bujalance (17 años). El caso más sorprendente fue la muerte de dos médicos de izquierdas: José Alcalá Trujillo y José A. Mejías Molina. ¿Por qué murieron entre los presos de derechas? Parece una incógnita. Por último, sí fue obra de los anarquistas el fusilamiento de Antonio Galisteo Navarro, que había sido vocal obrero del Jurado Mixto. Su muerte en la huerta del Asilo resulta todo un símbolo de la animadversión que la CNT mostró hacia los Jurados Mixtos durante la República. El final de este miembro del Jurado Mixto de Baena lo relata un miembro del Comité de Guerra, Juan Misut:
«Salí yo del cuarto donde trabajaba y, aún no había cerrado la puerta a mis espaldas, cuando vi a varios individuos que bajaban por la escalera llevando en el centro a Galisteo. Yo conocía a Galisteo y lo había visto muchas veces, pero nunca tuve oportunidad de hablar con él, tal vez porque no puse empeño en ello, debido a la reputación de traidor de que gozaba entre los trabajadores.Había sido un destacado dirigente sindical... pero se inclinó de parte de los patronos, no sé si por halagos, dádivas o amenazas, y había hecho mucho daño a la clase obrera, ya que fue un componente destacado del Jurado Mixto y durante su actuación siempre ganaron los capitalistas.No puedo asegurar que fuera cierto todo lo que le acusaban, pues ya se sabe que del árbol caído todos hacen leña... Cuando llegaron al piso bajo y, al ver que lo encaminaban en dirección a la huerta, preguntó con voz tartajosa y vacilante:-¿Es que me vais a matar?-¡Has sido un traidor para la clase obrera!, contestó uno de los conductores, con malos modos.-¡Pero yo no maté a nadie!-No pidas compasión, que estás sentenciado-, agregó otro, tratando de enderezarlo, con un tirón que por poco le arranca el brazo.A Galisteo se le doblaron las piernas y quedó casi arrodillado, poseído de un angustioso temblor. Arrastrando los pies se lo llevaron en dirección al huerto. Creo que no me vio, y eso me sirvió de consuelo, pues no me hubiera gustado que se llevara al otro mundo la idea de que yo hubiera contribuido a su muerte...».
Hasta aquí el relato de un viejo anarquista, que hemos insertado por su gran significación en cuanto a las relaciones que la
CNT mantuvo con los Jurados Mixtos, contra cuyas decisiones se declararon numerosas huelgas durante el período anterior en los pueblos de hegemonía confederal. A pesar de la exhaustiva matanza, hubo supervivientes entre los detenidos derechistas, como las dos hijas del médico José Guiote, a las que dejaron por muertas con hachazos en la cabeza. Tres años después actuaron como testigos de cargo en el juicio contra el pobre «Transío», ácrata idealista, ajeno a todo aquello. Los hechos en torno a la matanza de San Francisco requieren varias precisiones. Primero, que estas represalias fueron posteriores al genocidio que los militares perpetraron en la plaza. El testimonio de una de las detenidas en el Asilo (E.G.) recuerda que al atardecer del día 28 llegaron izquierdistas corriendo, que decían:«En el cuartel están matando a los nuestros! Y en aquel momento los dirigentes obreros ordenaron a los presos: ¡Todos a las ventanas! Y allí los fueron amarrando, de cara al enemigo».Esta es la segunda precisión, que un grupo indeterminado de víctimas lo fueron por los disparos de moros y legionarios, e incluso cogidos algunos entre dos fuegos. La hermana de una de las víctimas asegura:
«Mi hermano tenía un tiro de bala en el hombro y otro en la cabeza, además de un hachazo. Estaba amarrado a una ventana, y los disparos habían sido hechos por delante».
En tercer lugar, la matanza de San Francisco se debió en gran medida a un error táctico de Sáenz de Buruaga, que se entretuvo en las represalias de la plaza y descuidó la liberación inmediata de San Francisco. El citado artículo del teniente Rivas afirma que la operación se suspendió debido a la oscuridad de la noche. Pero no se olvide que las tropas de Buruaga entraron en Baena a las cinco de la tarde. Volvemos al testimonio de la señora E.G.«Mi madre se dirigió a los militares y les preguntó angustiada: -Y San Francisco, ¿cuándo?-Mañana, señora-, le respondieron.-Pues mañana allí no habrá ya nada que hacer-, fue la contestación de mi madre.»
En cuanto a la leyenda del salvajismo de los hachazos, es cierto que se usaron hachas, como ya había ocurrido en Posadas, Almodóvar del Río, etc., pero la razón última de este procedimiento no era otra que la escasez de armas de fuego entre el elemento obrero. En quinto lugar, no conviene generalizar sobre la autoría de la matanza de San Francisco. Se produjo en el transcurso de la noche, obra de los últimos exaltados que abandonaron el edificio. He aquí de nuevo el testimonio del viejo sindicalista al respecto:
«Lo que sucedió en San Francisco es muy difícil de aclarar. Tanto es así que nadie ha dado nunca una razón cierta, tanto una monja que sobrevive hoy, que dice que ella se pasó toda la noche con las demás hermanas rezando, como una hija de trabajadores, que pasó toda la noche en San Francisco y que dice que ella no vio nada, pues no salió de un rincón, debido al miedo que tenía.Entre los culpables de San Francisco se encontraba un tal Pérez, un criminal que lo traía de herencia, por su abuelo, que era pastor, mató al zagal que tenía, arrojándolo a un zarzal. Este Pérez le pegaba a su padre, y fue uno de los criminales de San Francisco. El mató a los que le pareció, huyendo luego por la huerta de San Francisco. Luego se marchó hacia Jaén, donde se enroló en las Milicias durante toda la guerra. Después de la guerra, volvió a Baena, sin ser molestado por nadie, hasta que fue denunciado, juzgado y fusilado. Al preguntarle que si tenía algo que declarar, contestó que sí, '"que en San Francisco habían muerto pocos".Otro de los criminales fue un hombre de unos 50 años, de la calle Llana. Huyó y se refugió en la finca "El Sambullo", se escondió y fue hecho prisionero a los pocos días y fusilado.Otro de los criminales fue un vendedor ambulante de avellanas, también de cierta edad, que luego huyó a Linares. Cuando al final de guerra volvió a Baena, ya tenia allí la denuncia de un derechista que le había oído contar en el tren todas las fechorías de que se jactaba en lo de San Francisco.»
La ocupación de San Francisco se ordenó al rayar el alba del día 29 de julio. Se efectuó el cerco y, si hemos de aceptar algunas fuentes, se hicieron 88 prisioneros de izquierdas. Una vez contemplado el cuadro de horror que se ocultaba en San Francisco, fácil será prever el trágico final de aquellos prisioneros. Si la sed de venganza era incontenible el día 28, como hemos visto, el día 29 una especie de neurosis sanguinaria colectiva se apoderó del elemento militar-derechista de Baena.«¡Hoy se van a llenar los lebrillos de sangre!», gritaban unos, mientras detenían a toda persona que se encontraban.«¡Que maten a todos los prisioneros de San Francisco!», exclamaban otros.
Y así se hizo. Los turnos de fusilamiento continuaron aquel día en la plaza, aun de manera más intensa que el día anterior, mientras los camiones no cesaban de dar viajes al cementerio cargados de cadáveres. Allí se los iba quemando con gasolina en diversos montones. En la plaza o Paseo, el ceremonial se repetía monótonamente: los infelices eran tendidos en el suelo, se les ponía el sello, algunos eran salvados por algún derechista conocido, y los demás morían por un disparo en la nuca. Mataron allí a tres hermanos anarquistas, uno con ocho años. La mayoría habían estado los días anteriores como empleados en el Almacén de Abastos. Al ser detenidos suplicaron que dejaran al pequeño, pero les respondieron que a éste lo matarían primero y a ellos después.
Un testimonio del estado de inseguridad en que aquellos días se vivía en Baena es éste de nuestra entrevistada E.G.:
«un caso terrible fue el que ocurrió con Manolo Casado, un detenido de derechas que había logrado escapar de San Francisco en medio de la oscuridad. Aterrorizado y víctima de un shock nervioso llegó el día 29 hasta la plaza. Inmediatamente la fuerza que había allí lo hizo tender en el suelo sin escuchar sus súplicas, al igual que ocurría con los demás que estaban tendidos. Se salvó, no obstante, porque lo conoció el que iba a disparar. ¡Así se mataba en Baena! Mi padre bajó horrorizado de la plaza, a pesar de que había estado todo el tiempo en el cuartel. A partir de entonces se marginó de todo lo que ocurría y, aunque un hijo suyo se lo habían matado en San Francisco, salvó a todos los que pudo; entre ellos, a un hermano de "El Mota"».
La durisima represión antiobrera de Baena se prolongó hasta finales de 1936, con ejecuciones más espaciadas, pero metódicas e incesantes. El franquismo nombró teniente auditor y juez militar al ya citado Manuel Cubillo, cuya esposa e hijos habían sido asesinados en San Francisco. Como es lógico, nadie mejor que él podía ofrecer garantías de que la represión y «limpieza» de izquierdistas sería inexorable. Es significativo que, para la eficacia de la represión, se repitió en otros lugares este criterio de situar al frente de la «nueva justicia» a personas con fuertes venganzas que saldar. A la hora de establecer el cómputo de pérdidas personales por ambas partes, resta aludir a una docena de «paseos» que los de izquierdas ejecutaron en calles de Baena, antes de la llegada de la columna Buruaga. Exactamente, 11 víctimas: Antonio Pavón y su mujer Carmen Contreras (empleados); el cura Bartolomé Carrillo, fusilado y quemado en la calle, al igual que el mecánico Rafael Tarifa, el escribiente Francisco Valenzuela, y el propietario Rafael Alcalá. En resumen, 92 víctimas de derechas (sin contar cinco muertos en combate el día 5 de octubre) y 700 de izquierdas, sólo en 1936. Las represalias de posguerra se analizarán en el próximo y último volumen. No es fácil responder al porqué se mataba así en 1936, cómo pudo desencadenarse tal cúmulo de venganzas y represalias. No valen las estimaciones fáciles de la maldad de unos o el fascismo de otros. La problemática social de la época lo explicaba todo, así como las tensiones seculares en torno al problema de la tierra, las injusticias crónicas generadas por el sistema latifundista y las dolorosas desigualdades entre propietarios y jornaleros. Nada más ilustrativo que dejar hablar a los que sufrieron aquella situación semifeudal, como el hoy viejo sindicalista Juan Misut:

«(...) aquellos señores que... se gastaban ochenta mil duros en comprarle un manto a la Virgen o una cruz a Jesús... escatimaban a los obreros hasta el aceite de las comidas y preferían pagar cinco mil duros a un abogado antes que un real a los jornaleros, por no sentar precedente, que era tanto como "salirse con la suya".Hay casos aislados, pero que son suficientes para justificar la regla y recordarán algunos baenenses que tengan tantos o más años que yo. En Baena hubo señorito que metió el ganado en sus siembras por no pagar las bases a los segadores... Un cura que tenía labor, cuando venía al pueblo el zagal del cortijo a por aceite, le hacía bollos al cántaro de hojalata, para que cupiese menos aceite...Con esta patronal teníamos que luchar para conseguir una pequeña mejora en la situación caótica de los trabajadores del campo. Ellos tenían el poder, la influencia (aún con la República) y el dinero; nosotros... sólo teníamos dos o tres mil jornaleros a nuestras espaldas, a los que teníamos que frenar... pues la desesperación de no poder dar de comer a sus hijos hace de los hombres fieras. Sabíamos que los patronos, bien protegidos por la fuerza pública, no lloraban porque hubiera víctimas, pues tenían funcionarios sobornados que cambiaban los papeles y hacían lo blanco negro. Además, lo deseaban, porque un escarmiento nunca está de más, para convencer a los rebeldes que es peligroso salirse del buen camino.Por eso, siempre evitábamos los choques con los servidores del orden... y aconsejábamos a los nuestros mesura y comedimiento. Y por eso, muchas veces, no aprobábamos los acuerdos de la Comarca¡, porque sabíamos lo que teníamos en casa. Y, si bien es cierto que en alguna ocasión desoímos la llamada de solidaridad para sumarnos a una huelga, porque hacía unos días que habíamos terminado un paro por nuestra cuenta y no era cosa de tirar por la borda los pocos beneficios conseguidos, también es verdad que no pedíamos auxilio, cuando estábamos con el agua al cuello, como el 28 de julio, que fue Gómez Tienda a pedir ayuda a Castro, para terminar de una vez con la resistencia fascista, y no llegó tarde la ayuda... ¡porque no nos la dieron!En las pocas veces (dos o tres) que fui en comisión a discutir con la patronal, jamás se puso sobre el tapete otra cuestión que la salarial; no se hablaba nunca de la comida ni de las horas de trabajo, pues todo iba incluido en el Artículo "Usos y costumbres de la localidad", que no era otra cosa que trabajar a riñón partido de sol a sol, o ampliado por los capataces lameculos, desde que se veía hasta que no se veía.Yo puedo citar aquí a una docena o más de dirigentes sindicales de capacidad probada, que se defendían con uñas y dientes, pero en el lado opuesto estaban los Onieva, Prado, Santaella, Alcalá, Rojano y otros muchos, que le decían de tú al diablo y eran nuestra pesadilla. Recuerdo que en cierto debate acalorado que sostuvimos, un cacique me llamó "niñato recién salido del cascarón... y que si mi padre supiera lo tonto que era yo, no me echaba pienso". Aquello colmó mi paciencia y me levanté de la silla, a pesar de que Peña me pisaba el pie, y le espeté muy serio:-Reconozco, señor, que en muchas ocasiones me habría comido, no el pienso, sino los picatostes que le echa usted a sus perros, acción muy cristiana en una población donde se están muriendo de hambre los hijos de los trabajadores...».

No eran, pues, las personas los últimos responsables de tanta tragedia, sino el sistema mismo, de unos anacronismos sangrantes. A finales de julio la burguesía y el elemento militar de Baena se sienten ya confiados y comienzan a reorganizar la vida en la retaguardia. La columna Buruaga se había retirado a Córdoba el día 29, acompañada de bastantes familias de derechas que consideraban la capital más segura. El teniente Pascual Sánchez Ramírez continuó al mando de Baena, como Comandante Militar, habiéndose reforzado la Guardia Civil con 27 números más de la Comandancia de Córdoba. El día primero de agosto se constituyó un nuevo Ayuntamiento del que se nombró alcalde a un militar notable de la localidad, el teniente coronel Rafael de las Morenas Alcalá, retirado por la Ley Azaña, que se reincorporó, llegando luego a general. Este nuevo Ayuntamiento da una idea del exacerbado militarismo de aquellas fechas, apoyado incondicionalmente por las grandes burguesías locales. Como jefe del «movimiento» y de Falange, actuaba un tal Manuel Torres, gran terrateniente de Alcaudete, casado en Baena, y que se hallaba impaciente por «liberar» sus tierras de Alcaudete en poder de los campesinos.
Francisco Moreno Gómez
La Guerra Civil en Córdoba (1936-1939)

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